Inocencio Mateo celebró un siglo de vida en medio de la cuarentena. Su familia lo agasajó a lo grande desde la vereda del hogar donde reside. Un recorrido centenario por su historia, de Gallipienzo (España) a Mar del Plata, y su legado más preciado: sus nietos.
Con apenas 2 años, Inocencio Mateo dejó su suelo natal en Gallipienzo (España) y emigró junto a su familia a la Argentina. Comenzó a trabajar a los 9 años e hizo “de todo” a lo largo de su vida. Con la memoria intacta, la voz potente y una sonrisa enorme celebró este sábado nada menos que sus 100 años, un siglo de vivencias en el que cosechó buenas y malas, pero del que rescata por sobre todo lo más importante: su familia.
El hogar “Puesta del Sol” estuvo de fiesta. La dueña del lugar, Marta, organizó junto a la familia de “Mateo” -los suyos lo llaman con cariño por apellido- un festejo en medio de la cuarentena, con los recaudos del caso. No hubo abrazos ni besos y el feliz cumpleaños se cantó varias veces desde la vereda de la residencia, pero nada impidió que sus seres queridos le transmitieran su amor en este 4 de julio tan especial.
Inocencio Mateo
Inocencio nació en 1920, después de los rigores de la Primera Guerra Mundial, en Gallipienzo, un recóndito y bellísimo pueblo ubicado a unos 40 kilómetros de Pamplona, en la provincia de Navarra.
Era apenas un niño que conectaba sus primeros pasos junto a su hermana Miguela cuando su familia emigró a la Argentina y se radicó primero en Córdoba, luego en Rosario y después en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires -como Bahía Blanca y Otamendi-, hasta llegar en 1947 a Mar del Plata, ciudad en la que festejó 100 años de vida.
Nélida Elena Gómez fue el amor de su vida y juntos tuvieron al entrañable columnista de LA CAPITAL “Juan Travesaño”, su único hijo, quien estuvo al frente del festejo acompañado por esposa Sonia y su familia, entre ellos Estefanía (34) y Luciano (25), los únicos dos nietos del agasajado, y también amigos que se acercaron a la residencia para compartir la celebración manteniendo la distancia.
“Mi viejo arrancó a laburar a los 9 años, era un animal del trabajo, hincha fanático de Círculo Deportivo, club al que hasta no hace mucho todavía iba a alentar a la cancha”, contó, orgulloso de su padre.
Inocencio convive en este hogar junto a 14 mujeres. Las “chicas” se sumaron con torta, pizza y sandwiches al festejo. Es el único varón de la residencia, muy querido por todos.
Mateo, junto a su familia y seres queridos
A sus años todavía “come de todo” y se da el gusto de tomarse una copita de vino cuando puede. A sabiendas de ese placer, su nieto Luciano le dijo irónicamente al llegar al cumpleaños: “Se me rompió el vino en el camino abuelo”, a lo que el hombre, rápido, comentó: “Eso es una tragedia”.
Desde afuera, su hijo le gritó: “Si seguís tomando agua llegás a los 101”. Con una sonrisa pícara Mateo lo retrucó con una frase que hace tiempo volvió célebre dentro de la familia: “El agua es para los bichos. Y la verdura para los conejos”.
“¿Qué hacés comiendo pasto?, me preguntaba cuando almorzaba una ensalada. Es un personaje hermoso”, agregó su nieta, conmovida por este reencuentro en medio de la pandemia por Covid-19.
Son 100 años llenos de vivencias, anécdotas y recuerdos. De momentos duros, difíciles, pero también felices, simples y memorables.
A su hijo le resultan inolvidables aquellas largas tardes a la orilla del balneario Atlantis 21 tomando sol y compartiendo charlas y sándwiches con su papá. O las horas broncéandose juntos. Si algo heredó de su padre es el amor por el sol, contó. También el ser “muy amigo de los amigos”.
Inocencio hizo de todo para ganarse la vida y sostener a su familia. Recuerda con nitidez que trabajó en “La Bolsa”, como le decían al sector de la estación de carga de trenes donde alzaba bolsas de papas de 75 kilos que se transportaban desde allí a otras ciudades. Su padre era el capataz.
El hombre que llegó a los 100 años fue también fundador del Centro Navarro del Sud, del cual es considerado el socio número 1. Gracias a este centro y a su amor por la música, formó parte del grupo de baile en el que tocaba – siempre de oído, dejó la escuela en 2° grado- la “verdulera” y también la guitarra, instrumentos con los que llevaba el ritmo por toda Mar del Plata.
Trabajó en la carpintería Zubillaga, fue repartidor de bebidas de la empresa Arbizu y hasta integró una cooperativa del Puerto. “Toda la vida laburó”, insiste su familia, orgullosa del ejemplo.
Incluso ya jubilado, hasta los 81 años fue encargado de un edificio en la ciudad, su última actividad laboral. Hoy, también, forma parte del Centro de Jubilados Mar del Plata.
Desde los 94 años atraviesa sus días en “Puesta del Sol”, donde Marta y todo el personal lo contienen “como un rey” y en este centenario lo agasajaron de la mejor manera posible.
Sus nietos, orgullosos del abuelo, le gritaban: “Sos muy importante para nosotros. Te queremos, sos un grande, ”¿ya lo jugaste a la quiniela”. Otra vez, rápido, el hombre respondió: “Le tengo que jugar al 20, al 00 y al 04, algo tengo que agarrar”.
Alzando las manos a través de las rejas Mateo se mostró feliz y emocionado. Ante la pregunta de LA CAPITAL -a través de su nieta- por el verdadero significado de llegar a los 100 años, breve y sin dudarlo respondió con la voz firme y gruesa: “¿Lo más importante? Lo más importante de la vida es la familia, siempre”.